La importancia de la democracia en la cultura
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Podemos iniciar diciendo que la democracia, además de ser un estado de derecho es un sistema cultural, un sistema público de leyes iguales para todos y de instituciones políticas para avivar y defender el pluralismo, la tolerancia y la igualdad de oportunidades, es una interacción diaria de personas que queda como impregnada de hábitos muy parecidos de actuar y de vivir.
Una de las particularidades específicas del concepto cultura es que no se deja definir por sí mismo sino que sólo en referencia al adjetivo que lo acompaña. Podemos así, hablar de cultura popular, cultura literaria, cultura sexual, etc. Definir cultura sin adjetivos es entrar en un túnel que no tiene salida. Pues, con ese término, podemos definir todo lo que tiene que ver con las relaciones humanas (arte, religión, ciencia, política, etc.)
Ahora, cada pueblo o nación es, en el sentido expuesto, un todo heterogéneo de culturas. La unidad de un pueblo o de una nación no está entonces garantizada por la existencia de una sola cultura (por lo demás esto es imposible) ni porque una se haya impuesto a las demás, sino por la coexistencia equilibrada de varias culturas.
Por otro lado, hay autores que afirman que la cultura es ese modelo formador de un comportamiento compartido; el cual radica en materiales simbólicos que permiten a los individuos predecir las conductas del vecino. Por consiguiente, lo que uno espera que el otro haga en determinado momento y que es lo que supone haría él mismo se le aparece como lo más íntegro, objetivo y sensato.
Estos materiales simbólicos de interacción en democracia nos llevan al supuesto de que todos somos iguales, somos personas no sometidas una a la otra, individualmente libres y autónomas. La ley, pensamos que sirve para todos por igual y que todos debemos cumplirla por igual. Los tribunales, los concebimos como que solamente son aceptables por su imparcialidad y el derecho a la defensa. Ante la autoridad, creemos que conviene discutirla, controlarla, elegirla, cambiarla.
Ahora bien, uno de los puntos donde el equilibrio de la coexistencia de varias culturas debe ser encontrado es necesariamente la democracia; y esto, por medio del uso de aquella técnica llamada política.
Por consiguiente, vivir en democracia no significa poseer un mayor grado de cultura (ya que la cultura no es cuantificable). No existen pueblos más cultos que otros. Vivir en democracia significa solamente buscar un equilibrio cultural. Podemos entender que la relación entre democracia y cultura es un tema controvertido y difícil. No es suficiente decir que debemos alcanzar una cultura política que nos permita vivir de forma más democrática. Esta afirmación se refiere exclusivamente a lo que la cultura pueda sumar a los espacios de la política democrática.
La búsqueda de la democracia es casi por definición un proceso cultural en cuyo marco la política no es sino una técnica destinada a facilitar los medios para el reencuentro del equilibrio perdido. Por lo tanto, la búsqueda de la democracia asume, por lo general, la forma de una contracultura , es decir, se llena de un conjunto de signos que se oponen a los signos que marcan al poder establecido. Tiene lugar así una confrontación cultural entre signos de sentido diferentes y excluyentes entre sí, la que no sólo se realiza en el momento de supresión de la democracia (éste es sólo el caso límite) sino que, sobre todo, en aquellos momentos donde todavía persisten las condiciones del equilibrio cultural, pero donde también se divisan las posibilidades amenazantes que tienden a su supresión.
Es en el sentido expuesto que estamos dispuestos a entender los tan mentados "nuevos movimientos sociales" que tienen lugar en algunos países europeos, como expresiones contraculturales que se desarrollan frente a una cultura que pretende establecerse como dominante, a consecuencia de las mutaciones experimentadas en los puntos más neurálgicos de la economía mundial.
La contracultura que oponen los nuevos movimientos sociales tiende a impedir que se produzcan inevitables desequilibrios en el conjunto de la sociedad, y mediante la negación, por lo común extremadamente radical, de los postulados de aquella cultura que tiende a convertirse en dominante, va creando su propio discurso, el que comienza a ramificarse en el arte, en la religión, en las ideologías, a través de las propias instituciones y, sobre todo, en los individuos mismos. Las grandes demostraciones por la paz no son sino movimientos efímeros de confluencia de esa contracultura. Si esa contracultura se va a convertir finalmente en aquel "factor" que asegure el equilibrio democrático, o se va a diluir, o va a estallar en partículas, no se sabe. Las opciones o posibilidades son múltiples.
Porque una de las características de las verdaderas culturas, es que ellas no fracasan o triunfan. Transcurren y se mantienen como base sedimentaria de la sociedad, y en cualquier momento, dependiendo de la intensidad de los oleajes, pueden salir nuevamente a flote, adoptando nuevas formas y colores; revelando, en su permanente actualidad, los inevitables signos de los tiempos.
Derecho a la cultura
La cultura es un elemento crucial en la comprensión de la humanidad y constituye todas aquellas producciones materiales y no materiales, creencias, valores, regularidades normativas, y la capacidad de los seres humanos de interpretar y simbolizar el entorno físico y social, a través de manifestaciones creativas, ideas prácticas y conocimientos que transmitimos de generación en generación. Es a través de la cultura que hemos logrado explicarnos nuestro alrededor y el rol que jugamos en el mundo. Su concepto engloba las formas de vida, el lenguaje, la literatura escrita y oral, la música, los sistemas de religión y de creencias, los deportes, y desde luego los métodos de producción, la tecnología, la comida, el vestido y la vivienda, así como las artes, las costumbres y las tradiciones. Es decir, involucra todos y cada uno de los aspectos que definen la propia naturaleza humana. Por lo tanto, la cultura reviste un importantísimo significado para la vida y por lo tanto es esencial para la realización del ideal del ser humano libre. Educación y cultura deben ser un motor que nos iguale, un eje transversal que realice el principio de igualdad no sólo normativa sino en las condiciones reales para ejercer la totalidad de los derechos.
El tema que nos ocupa es el derecho que tiene todo ser humano a las manifestaciones culturales, ya que es uno de los puntos cardinales para alcanzar la dignidad como persona, así como también la convivencia entre individuos y comunidades.
Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y servicios que presta el estado en la materia, así como el ejercicio de sus derechos culturales del Estado, que promoverá para la difusión y desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La ley establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier manifestación cultural.
Desde hace muchos años, por ejemplo, contamos con el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Museo de Antropología, también el Fondo de Cultura Económica, etcétera; instituciones del estado mexicano, pero pues como que no veíamos una participación muy amplia de ellos y la cultura se creía que era para unos cuantos, pues la visión de llegar a tener esa cultura era muy pequeña y la autocensura de un gran porcentaje de la población era muy grande, sin saber que siempre han sido dueños de esa libertad de conocimientos, para aprenderla como para expresarla.
Para concluir, los derechos culturales son incluidos en algunos de los principales instrumentos internacionales de derechos humanos, como son la Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial; la Convención sobre los Derechos del Niño; la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer y la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y sus familiares. Por lo que se refiere al ámbito americano, el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales o el Protocolo de San Salvador, prevé el derecho a la cultura en su artículo 14.
Estos documentos reflejan 3 direcciones en las que se manifiesta el régimen político internacional de protección de los derechos culturales. La primera, consiste en establecer un marco de cooperación entre los Estados para la promoción y fomento a la cultura y sus manifestaciones; la segunda, enfocada a la protección y conservación del conjunto de bienes materiales e inmateriales que constituyen el patrimonio cultural universal y de cada nación en particular; y la tercera, dirigida a la protección y satisfacción del acceso y participación en la cultura como un derecho humano.